miércoles, 4 de octubre de 2017

Para los que nos quedamos de este lado.



Título: Suicidio
Autor: Édouard Levé
Editorial: 451
Páginas: 102
Precio: $10.000 (EUR 2,89)
Librería: Omnilibros, Cl 16#8a-54, Bogotá


Las reseñas de este libro suelen empezar por contar la historia que parece en la solapa del mismo: el autor lo envió a su editor tres días antes de quitarse la vida. Para mí, que sufro con la información de las solapas y contraportadas y cualquier otro dato sobre el libro que pienso leer porque violan la pretendida virginidad con la que quiero que mis ojos lleguen a la lectura, y que terminan viciándola, esta anécdota, tremenda sin duda, no tuvo ese efecto. Eso solo se lo puedo atribuir al poder mismo del texto, a su fuerza y a su intensidad, que me sacaron del mundo exterior y me ahogaron en sus páginas no más leer sus primeras líneas: 

“Un sábado del mes de agosto sales de tu casa vestido para jugar al tenis y acompañado por tu mujer. En medio del jardín le haces saber que se te ha olvidado la raqueta en casa. Vuelves por ella pero, en vez de encaminarte hacia el armario de la entrada donde sueles guardarla, bajas al sótano. Tu mujer no lo ve, se ha quedado fuera, hace buen tiempo, disfruta del sol. Unos instantes después oye la descarga de un arma de fuego. Corre hacia el interior de la casa, grita tu nombre, se da cuenta de que la puerta de la escalera que da al sótano está abierta, la baja y te encuentra allí. Te has pegado un tiro en la cabeza con la escopeta que habías preparado cuidadosamente.”

Como vemos, el narrador le habla a su amigo muerto en una íntima y persistente segunda persona. Un amigo que, además, no ha sido muy cercano y al que decide dirigirse veinte años después de su muerte.
“Cuando me entero de un suicidio, pienso en ti. Sin embargo, cuando me entero de que alguien ha muerto de cáncer, no pienso en mi abuelo ni en mi abuela, a quienes este se llevó. Lo comparten con otros tantos millones más. Tú eres dueño del suicidio.”

 
Le habla de cuando lo conoció, a los diecisiete años. Le habla de lo que su suicidio ha significado para él y para los que lo conocieron.

“Tu silencio se ha convertido en elocuencia. En cambio, ellos, que todavía pueden hablar, permanecen en silencio. Ya no pienso en ellos, a pesar de lo íntimos que fuimos. Sin embargo, tú, en otros tiempos lejano, distante y tenebroso, brillas ahora a mi lado. Cuando dudo, te pido consejo. Tus respuestas me satisfacen más que las que ellos podrían darme. Me acompañas fielmente, allá donde vaya. Son ellos los desaparecidos. Tú eres el presente en mayúsculas.”
De la serie de reflexiones que un acto así le ha hecho tener sobre la muerte y la vida y el pasado y el futuro. Un diálogo constante entre lo que podría haber sido y no ha podido ser. 

“Tu vida fue una hipótesis. Los que mueren viejos son una mole de pasado. Se piensa en ellos, y aparece lo que fueron. Se piensa en ti, y aparece lo que podrías haber sido. Fuiste y serás una mole de posibilidades.”

Le cuenta cosas de su vida, la del muerto, que probablemente ya sabía.

“Creías que al ir haciéndote mayor serías menos desgraciado porque, para entonces, tendrías razones para estar triste. Siendo joven, tu desasosiego era inconsolable porque lo considerabas infundado.”

Recrea algunas anécdotas. Unas largas y otras muy cortas.

“Leías más de pie en las librerías que sentado en las bibliotecas. Querías descubrir la literatura de hoy, no la de ayer. Para las bibliotecas el pasado, para las librerías el presente. Sin embargo, te interesaban más los muertos contemporáneos. Leías, más que nada, a aquellos que llamabas ‘los muertos vivientes’: autores difuntos que siguen publicándose. Confiabas en los editores para actualizar el saber de ayer. No creías mucho en los descubrimientos milagrosos de autores olvidados. Pensabas que el tiempo criba, y que en ese sentido valía más la pena leer autores del pasado publicados en nuestros días que autores de nuestros días que se olvidarán mañana.”

Y nosotros vamos viendo fragmentos de la vida del suicida a través de estas elecciones del narrador. Hay momentos buenos, malos, incómodos, felices, intensos, anodinos. A veces creemos descifrar una pista que nos ayudará a entender la decisión de haberse quitado la vida. Pero es solo una ilusión. Este no es un libro que pretenda dar una respuesta al suicidio. No hay juicios ni calificaciones. Los adjetivos los reserva el autor para las descripciones del clima o del paisaje, nunca o muy pocas veces para las acciones de su amigo. El narrador coge algunos granos de arena individuales y los pone frente a nuestros ojos con la esperanza de que nos hagamos la imagen completa de la gran playa desolada de donde han sido extraídos.

El lenguaje es directo y simple. Y no por eso ligero. Todo lo contrario. Cada frase, a pesar de su simpleza, pesa. Ilumina. Golpea. Especialmente al principio y al final del libro.

“No me pones triste, me pones serio. Dañas mi ligereza incurable. Cuando soy demasiado impulsivo y, por razones que ignoro, se me aparece tu cara, le vuelvo a dar importancia a la gente que rara vez veo. Disfruto por ti de lo que ya no conoces. Muerto, me vuelves más vivo.”

Una frase corta y simple tras otra, llenas de significado, contundentes, van creando una intensidad que lo hace a uno detenerse y preguntarse si va a poder soportar ese ritmo, al tiempo que le impide abandonar la lectura. Un libro que es inútil subrayar porque casi todas sus frases y sus párrafos quisiera uno tenerlos a mano. 

“Eres un libro que me habla cuando quiero. Tu muerte ha escrito tu vida”

Así sigue la novela. Al final nos hemos asomado al abismo de la vida y al de la muerte, y creemos que las hemos comprendido mejor, o que al menos no vamos a poder seguir tergiversando tanto su significado de ahora en adelante.


 “Tu suicidio hace más intensa la vida de los que te han sobrevivido. Si los acecha el tedio, o si lo absurdo de sus vidas surge en el reflejo de un espejo cruel, se acuerdan de y ti y el dolor de existir se les antoja preferible a la inquietud de dejar de ser. Lo que tú ya no ves, ellos lo miran. Lo que tú ya no oyes, ellos lo entonan. La alegría de las cosas simples se les aparece a la luz de tu triste recuerdo. Eres esa luz negra pero intensa que, desde tu noche, aclara de nuevo el día que habían dejado de ver.”


No sé si este libro es una exaltación del suicidio, pero sí es una mirada diferente sobre los efectos, buenos y malos, que puede tener en sus verdaderas víctimas: los que nos quedamos de este lado. Tampoco sé si sea una exaltación de la vida, pero seguro que puede ser un bálsamo que nos ayude a afrontar mejor su sinsentido.

miércoles, 21 de junio de 2017

La vida interior de las plantas de interior

Título: La vida interior de las plantas de interior
Autor: Patricio Pron
Editorial: Mondadori
Páginas: 140
Precio: $20.000 (EUR 5,89)
Librería: Acuario.

Compré este libro por recomendación de un amigo. No sabía nada del autor. Entonces, como siempre que leo a alguien nuevo, lo primero que hice fue mirar la información de la solapa, para saber más de él. En ella aparecían los libros que había escrito y los premios que había ganado, pero no dónde había nacido. Esto me pareció curioso. Por lo general es lo primero que se pone en esos textos que tratan de magnificar lo que uno está a punto de leer. Especulé, entonces, que el autor debía ser de Chile o de Argentina, los dos únicos países del mundo en donde se atreven a bautizar a sus hijos con el nombre de Patricio. Pero el libro estaba editado en España. Entonces supuse que esa omisión deliberada en la solapa me invitaba a un juego. A leer el libro con la intención de descifrar el misterio. Acepté el reto. Es bueno tener un objetivo, más allá del disfrute, al leer un libro. Así que con esto en mente abordé las páginas de La vida interior de las plantas de interior.

El primer cuento, El cerco, se desarrolla en un barrio residencial de la ciudad alemana de Hanau; Un jodido día perfecto sobre la Tierra es sobre un jurado de uno de los miles de concursos patrocinados por un Ayuntamiento español; en Cincuenta y cuatro veces habla el perro de Pablo Picasso. Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido hace un recorrido retrospectivo desde la isla de plástico del Atlántico, pasando por Amsterdam en Holanda, Dover en el Reino Unido, Gaobeidian, un pueblo al sur de Beijing, en China, hasta la cuenca del lago de Maracaibo en Venezuela; En tránsito habla de una relación de pareja a distancia, entre Madrid y Amsterdam; Diez mil hombres habla en primera persona sobre un libro escrito por el narrador que tiene el mismo nombre que uno escrito por el autor, y que trata de lo mismo, así que posiblemente sea autobiográfico -o autoficcional, que es como se dice ahora- (todo lo cual solo vine a saberlo después), y trascurre en Heidelberg y el narrador habla de su casa en Madrid. El nuevo orden de la última lluvia es sobre una mujer que huye continuamente, huida que empieza en Alaska, pasa por California y París y termina en una decena de pueblos belgas y holandeses.; Trofeos de amantes que han partido discurre en ese territorio que está en todas partes y en ninguna que es la internet; La explicación, en la periferia de alguna ciudad española; Algo de nosotros quiere ser salvado ocurre en la ciudad de *osario, presumiblemente Rosario, Argentina, que por algún misterio el narrador, otra vez en primera persona, no es capaz de nombrar; La protagonista de Rododendro,  Tradescantia, Tillandsia, Bromelia vive en una urbanización a la salida de una ciudad europea indeterminada; El narrador en primera persona de Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas viene de la provincia y vive en un piso que un amigo le ha prestado, bajo el escritor argentino vivo, en una capital latinoamericana, probablemente Buenos Aires; finalmente, en  La cosecha, un actor porno infectado de sida huye de los Estados Unidos a una ciudad grande de Brasil, probablemente Río o Sao paulo.

¿Qué pude sacar en limpio del juego? Bueno, la historia de muchos escritores. Uno que probablemente había nacido en algún pueblo perdido de la olvidada provincia argentina, que se había ido a Europa y había vivido en Holanda, Alemania y Madrid, donde finalmente había triunfado. Con un par de búsquedas en google me enteré que estaba muy cerca de la verdad. Pron es argentino, vive en España y ha vivido también un buen tiempo en Alemania, donde estudió.  Leyendo algunas reseñas uno se da cuenta, además, de que es un autor de esos que despierta pasiones, al que lo odian o lo aman. Que algunos lo califican como el nuevo genio de la literatura argentina y otros como un pedante vendedor de humo españolizado. Por eso me alegra haber leído este libro cuando no sabía nada de esto.


Pero, ¿por qué es relevante esta historia del origen omitido en una solapa, más allá del juego imaginario que me propuse y que no sé si habrá sido la intención del autor? La respuesta es simple: porque creo que encaja perfectamente en su propuesta literaria. Porque creo que Pron, como todo escritor serio, aspira a ser universal y quiere serlo, además del gesto superficial de no ser reconocido por haber nacido en un sitio particular, a través del lenguaje. Porque más allá del espectro anecdótico y geográfico de las historias narradas en La vida interior…, del juego permanente con el tiempo, de la exploración de una narración episódica (que se fortalece con la numeración de los párrafos en algunos cuentos), está el lenguaje. Hay un eje temático que atraviesa el libro: la soledad (Vásquez, en la tirilla promocional, dice que es el dolor, pero no estoy de acuerdo en esa interpretación). Y esta soledad es transmitida y reforzada por un lenguaje directo, preciso, pero sobre todo mínimo, podríamos decir casi que desolado. Pron ha limpiado el lenguaje con obsesión, despojándolo de cualquier adorno o complejidad innecesaria, y ha encontrado, más que uno simple, uno esencial, fundamental. Como ese español de las traducciones mexicanas de las películas en inglés que llaman neutro. Un español universal. Hay autores que buscan la universalidad en lo particular. En la jerga o el dialecto. Pron, en estos cuentos, ha buscado la universalidad en lo universal. Y creo que esto ya, de por sí, es una buena excusa para leerlos.

lunes, 6 de marzo de 2017

La escoba del sistema

Título del libro: La escoba del sistema
Autor: David Foster Wallacer
Editorial: Pálido fuego
Páginas: 521
Precio: $20.000 (USD 6,67)
Lugar de la compra: Feria del libro, Stand de Promolibro Colombia S.A.S.



Lo bueno de la Literatura es que todavía, en medio del frenesí tecnológico de nuestros días, es capaz producir milagros. Milagros que pueden ocurrir dentro y fuera de las páginas. Pequeños y grandes milagros. Cualquiera que se interese por los libros habrá experimentado algunos de estos sucesos irrepetibles a lo largo de su vida. El último me ocurrió hace un año. Visitaba la tediosa y predecible Feria del libro de Bogotá, acompañado por un amigo y mi pobreza, buscando las promociones siempre escasas e insatisfactorias de este evento. Era de noche y ya nos preparábamos para salir, luego de haber caminado por horas, cuando mi amigo entró en un stand sin gracia, uno que siempre está en el mismo lugar todos los años y en el que nunca encuentro nada que me interese. Yo había seguido de largo, sin darme cuenta, así que cuando vi que mi amigo no me seguía, me devolví a buscarlo. Cuando entré al stand, el administrador ponía en sus manos dos libros de David Foster Wallace: La escoba del sistema y Conversaciones con David Foster Wallace, prácticamente imposibles de conseguir en Colombia. Pero la cosa no paró ahí. Cada uno de los libros costaba unos increíbles veinte mil pesos. Casi me voy para atrás cuando me fue revelada esa información. El mismo vendedor sabía que cada ejemplar podría costar, por lo bajo, ochenta mil pesos. ¿Cómo los había obtenido? ¿Por qué los estaba vendiendo a ese precio? No sé. No me molesté en preguntárselo. Lo único que hice fue arrebatarle Conversaciones… de sus manos, e intentar lo mismo con mi amigo para hacerme a La escoba del sistema, aunque esta segunda jugada no me salió como esperaba, ya que él había tomado el libro previamente y había sido advertido de mis intenciones por el primer raponazo, por lo cual logró  frsutrar mis intenciones con un rápido movimiento de evasión. Pero era un día milagroso. Resulta que el vendedor tenía, no uno, sino dos ejemplares de cada libro, así que mi pequeña y mezquina escena había sido innecesaria.

               ¿Por qué había actuado de esa manera? Por una sencilla razón: David Foster Wallace es uno de mis autores favoritos. ¿Por qué es DFW uno de mis autores favoritos? Para responder esta pregunta, antes de leer La escoba del sistema, hubiera tenido que detenerme en algunos de sus cuentos, ensayos, o en partes de su inconmensurable novela La broma infinita, que mostraran el tipo de cosas por las cuáles me gusta tanto. Una larga tarea. Pero apenas comencé a leer La escoba del sistema descubrí, no sin sorpresa, de dónde venía mi admiración por DFW: del mundo que creó en su literatura. Porque al ser su primera novela, y al haberla leído después de La broma infinita, de sus cuentos y la mayoría de sus ensayos, lo que descubrí es que DFW, como Faulkner y García Márquez y Onetti, no escribía libros aislados sino piezas de una obra más grande, estaba construyendo un universo literario, que en efecto logró edificar, y que yo no había sido capaz de ver hasta que leí La escoba del sistema.

                Ese, para mí, es el mayor logro de este libro. Porque ya en él, a pesar de haber sido escrito por su autor con escasos 24 años de edad, se encuentra el particular mundo DFW. Ya se vislumbran claramente sus pequeñas y grandes obsesiones temáticas: la soledad, las drogas y la locura como respuesta o consecuencia de pertenecer a familias disfuncionales; las reflexiones filosóficas en medio de una era que se extingue en la banalidad y la codicia; la cultura popular del entretenimiento y su efecto nefasto en la sociedad; las grandes corporaciones y sus diabólicas conspiraciones; las organizaciones secretas que luchan contra el sistema; el interior de los Estados Unidos, con su compleja simpleza y su naturaleza abrumadora; los personajes trastornados, rotos, perdidos; las discapacidades físicas y mentales; los aparatos mecánicos inútiles. También están ya sus obsesiones formales: la fragmentación y la polifonía; los diferentes recursos narrativos: expedientes, cartas, transcripciones, monólogos, las historias dentro de la historia; las tramas absurdamente intrincadas y no siempre satisfactoriamente resueltas; las frases extremadamente largas; los diálogos hilarantes e intelectualmente profundos; una suficiencia en el manejo del lenguaje que lo lleva incluso a cometer excesos que, sin embargo, no desentonan en medio de una obra que es, ante todo, hiperbólica; la transformación del mundo físico real para ambientar su distopía en un futuro muy cercano. Están sus banderas: el humor negro y la imaginación desbordada; la exageración y la desmesura; y tantas otras cosas que seguro se encontrarán en lecturas posteriores.

                Todas estas características enumeradas en el párrafo anterior, hacen de La escoba del sistema un libro interesante, pero difícil de leer, como la mayoría de los libros de DFW. Se demanda del lector un gran esfuerzo inicial para entrar en sus líneas sin perder la concentración y obtener la inercia necesaria que permita continuar el camino a través de sus más de quinientas páginas. Un trabajo que vale la pena llevar a cabo, pues tiene como recompensa adentrarse en el mundo de un autor que, ahora en la distancia, se ve como uno de los pocos artistas que logró crear una obra perdurable, una escuela que han seguido otros escritores consciente o inconscientemente, nada más y nada menos que dentro del posmodernismo, esa corriente filosófica y artística que parecía destinada a no producir ninguna obra duradera.


                P.S: Esta edición viene con una carta escrita por el mismo DFW, en la que presenta su novela a un editor: un texto que por sí solo valdría cualquier suma que se pague por el libro.